martes, 14 de junio de 2016

Luigi Fabbri sobre anarquía y comunismo


Anarquía y comunismo: Luigi Fabbri

(Texto aparecido en el Nº 5 de Anarquía & Comunismo)

Comenzaban los años ’20 y la revolución rusa seguía concitando la atención del movimiento revolucionario internacional, alimentando duros debates. Pero a esas alturas, la gesta revolucionaria de 1917 se encontraba ya asfixiada. En dicha labor se habían centrado los esfuerzos de la socialdemocracia bolchevique, renombrada al frente del estado soviético como Partido Comunista. Una de las tareas del bolchevismo consistió entonces en alejar a las masas de lo que para sus concepciones ideológicas pudieran parecer doctrinas enemigas; es decir, aquellas ideas y prácticas que amenazaran su recientemente adquirido poder. Dentro de esa política de estado de difamación, y no en una búsqueda sincera de debate y clarificación teórica, se encuentra el libelo anti-anarquista denominado Anarquismo y Comunismo Científico, que Nicolai Bujarin, “el más fuerte teórico del partido” según Lenin, lanzara contra las filas anarquistas para presentarlas como aliadas de la contrarrevolución, argumentando una serie de supuestas características que harían del anarquismo nada más que la expresión de la disolución ideológica de la clase obrera, una deriva negativa de la cual debía sanarse o idealmente prevenir al proletariado. En contrapartida, desde Italia, el célebre anarquista Luigi Fabbri responde con un contundente documento que, más que referirse específicamente a cada una de las acusaciones cuasi caricaturescas que arroja Bujarin a los/as anarquistas, se encarga de demostrar lo poco que comprendían de comunismo los recientes partidos políticos que pretendían precisamente sostenerlo, y como a su vez la anarquía no podía ser afirmada si no se entendía inextricablemente enlazada con el mismo. Fabbri demuestra una lúcida comprensión -histórica y teórica- de los conceptos comunismo y anarquía tal como fueron utilizados por el movimiento revolucionario hasta ese entonces, haciendo gala de una muy sana falta de prejuicios anti-marxistas, que lamentablemente hasta hoy suelen trabar los intentos honestos de clarificación teórica individual y colectiva en ambientes ligados sobre todo al anarquismo. Así, por ejemplo, sabe diferenciar claramente las posiciones de Marx respecto al estado (de marcado rechazo), del culto al mismo que desarrolló luego la socialdemocracia y la II Internacional, en nombre de una ideología “marxista”: 

Los socialistas democráticos -que entonces se decían “científicos” como ahora los comunistas- afirmaban en un tiempo la necesidad del Estado en el régimen socialista y pretendían con eso ser marxistas. Hasta hace poco han sido solamente -o casi- los escritores anarquistas quienes revelaron esta falsificación del marxismo, de la cual ahora en cambio se querría hacerlos co-responsables.

En el congreso obrero y socialista internacional de Londres de 1896, en el cual fue deliberada la exclusión de los anarquistas (los únicos que entonces se decían comunistas) de los congresos internacionales porque no aceptaban la conquista del poder como medio y como fin, fue justamente Errico Malatesta quién mencionó que originariamente el objetivo final de los anarquistas y socialistas era único, por la abolición del Estado, y que sobre esto los marxistas habían abandonado las teorías de Marx.”

Claro está, no difundimos acríticamente el texto de Fabbri (ni de nadie). En el mismo hay varios pasajes que dan espacio para un debate de mayor profundidad. Por ejemplo, nos parece limitado considerar que la anarquía correspondería al mero coronamiento político de una sociedad cuya base económica la constituiría el comunismo, idea que es repetida varias veces por Fabbri, citando además a otros anarquistas para reforzarla (Errico Malatesta y Pietro Gori, específicamente). Hablar de economía y política dentro del comunismo anárquico es un sinsentido, pues precisamente se trata de abolir la economía y la política, es decir, la destrucción misma de la producción e intercambio de mercancías y del estado. Pero, en cualquier caso, es fácil comprender hacia donde apuntaba con esto Fabbri; lo que en realidad está indicando es la imposibilidad lógica y práctica de pretender construir una comunidad que acabe con la explotación humana y la devastación de nuestro entorno, que ponga fin a la dictadura del valor sobre nuestras vidas, que imponga la solidaridad como fundamento social y la satisfacción de nuestras necesidades plena y libremente expresadas como principal fin, pero que al mismo tiempo deje intactas las estructuras de poder político y no elimine todos los enclaves burocráticos. Y viceversa.

Finalmente, tal como deja constancia histórica este escrito de Luigi Fabbri, la imposición de la dicotomía comunismo/anarquía es por sobre todo obra de la socialdemocracia (en todas sus expresiones), y pésimo lo harían quienes se identifican con la anarquía si replicaran ideológicamente tal desvarío. Si creemos necesario traer desde el pasado las palabras de Fabbri, no es para nuevamente poner a competir las principales corrientes anticapitalistas que dieron forma a la I Internacional, ni abanderarnos doctrinariamente por ninguna de ellas. Por el contrario, lo interesante es mostrar cuanto en común hay originalmente en ellas, y cuánto hay de ideológico en la perpetuación de ciertos ismos que sólo son un obstáculo para la actividad revolucionaria actual. 
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Anarquía y Comunismo (L. Fabbri)

Un mal hábito, contra el cual es necesario reaccionar, es aquél tomado desde hace algún tiempo por los comunistas autoritarios de oponer el comunismo a la anarquía, como si las dos ideas fuesen necesariamente contradictorias. El hábito de usar estos dos términos, comunismo y anarquía, como si fuesen antagónicos entre sí, y el uno tuviese un significado opuesto al otro.

En Italia, donde desde hace más de cuarenta años estas palabras se usan como un binomio inescindible del cual un término completa al otro, y juntos son la expresión más exacta del programa anárquico, esta tentativa de no tener en cuenta un precedente histórico de tal importancia y de invertir además el significado de las palabras, es ridículo y no puede sino servir para generar confusión en las ideas e infinitos malentendidos en la propaganda.

No está mal recordar que fue precisamente en un congreso de las Secciones Italianas de la Primera Internacional, llevado a cabo clandestinamente en los contornos de Florencia en 1876, que, bajo una propuesta motivada por Errico Malatesta, éste afirmó ser el comunismo el arreglo económico que mejor podía hacer posible una sociedad sin gobierno; y la anarquía (esto es, la ausencia de todo gobierno), como organización libre y voluntaria de las relaciones sociales, ser el medio de mejor actuación del comunismo. La una es la garantía de un efectivo realizarse de la otra y viceversa. De aquí la formulación concreta, como ideal y como movimiento de lucha, del comunismo anárquico.

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Más tarde Pietro Gori solía precisamente decir que de una sociedad, transformada por la revolución según nuestras ideas, el socialismo (comunismo) constituiría la base económica, mientras la anarquía sería el coronamiento político.
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Esto hasta 1918, vale decir, hasta que los bolcheviques rusos, para diferenciarse de los socialdemócratas patriotas o reformistas, no decidieron mudar nombre, retornando aquél de “comunistas” que se enlazaba a la tradición histórica del célebre Manifiesto de Marx y Engels de 1847, y que antes de 1880 era usado en sentido autoritario y socialdemócrata exclusivamente por los socialistas alemanes. Poco a poco casi todos los socialistas adherentes a la III Internacional de Moscú han terminado por decirse comunistas, sin tener cuenta alguna del significado cambiado de la palabra, del uso mudado que se hace de la misma desde hace cuarenta años en el lenguaje popular y proletario y de las cambiadas situaciones en los partidos desde 1870 en adelante -cometiendo así un verdadero anacronismo-.

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Por lo que se refiere al programa de reorganización social, de arreglo económico de la sociedad futura, los socialistas-comunistas no lo han modificado en nada; no se han ocupado en absoluto. En realidad, bajo el nombre de comunismo está siempre el viejo programa colectivista autoritario que subsiste con -en un trasfondo lejano, muy lejano- la previsión de la desaparición del Estado que señala a las muchedumbres en las ocasiones solemnes, para distraer su atención de la realidad de una nueva dominación, que los dictadores comunistas querrían meterles sobre el cuello en un futuro más próximo.

Todo esto es fuente de equívocos y de confusión entre los trabajadores, a los cuales se les dice una cosa con palabras que les hacen creer otra.

La palabra comunismo, desde los más antiguos tiempos, significa no un método de lucha, y todavía menos un modo especial de razonar, sino un sistema de completa y radical reorganización social sobre la base de la comunión de los bienes, del gozo en común de los frutos del trabajo común por parte de los componentes de una sociedad humana, sin que ninguno pueda apropiarse del capital social para su exclusivo interés con exclusión o daño de otros. Es un ideal de reorganización económica de la sociedad, común a varias escuelas del socialismo (comprendida la anarquía); no fueron en absoluto los marxistas quienes lo formularon primero.

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La concepción comunista, en aquel magnífico laboratorio de ideas que fue la Primera Internacional, se fue precisando cada vez más; y adquirió aquel su particular significado, en confrontación con el colectivismo, que hacia 1880 fue aceptado de común acuerdo en el lenguaje político-social tanto de los anarquistas como de los socialistas: de Karl Marx o Carlo Cafiero, de Benedetto Malon a Gnocchi Viani. Desde entonces, por comunismo siempre se ha entendido un sistema de producción y distribución de la riqueza en la sociedad socialista, cuya dirección práctica era sintetizada en la fórmula: de cada quien según sus fuerzas y capacidad, a cada cual según sus necesidades. El comunismo de los anarquistas, integrado sobre el terreno político de la negación del Estado, era y es entendido en este sentido, para significar con precisión un sistema práctico de actuación socialista después de la revolución, que corresponde tanto al significado etimológico cuanto a la tradición histórica.

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Nosotros no contestamos en absoluto -que se entienda bien- el derecho de los comunistas autoritarios de llamarse como les parece y les place y de adoptar un nombre que ha sido sólo nuestro por casi medio siglo y que no tenemos intención alguna de renegar. Sería de parte nuestra una pretensión ridícula. Pero cuando los neo-comunistas discuten de anarquía y con los anarquistas, tienen la obligación moral de no fingir ignorar el pasado, tienen el elemental deber de no apropiarse del nombre hasta el punto de hacer de él un monopolio, hasta crear entre los dos términos -comunismo y anarquía- una incompatibilidad artificial cuanto falsa.

Cuando hacen esto demuestran estar faltos de todo criterio de honestidad polémica.

Todas saben cómo nuestro ideal, sintetizado en la palabra anarquía, tomado en su contenido programático de organización libertaria del socialismo, siempre se ha llamado comunismo anárquico. Casi toda la literatura anarquista es socialista en sentido comunista desde el fin de la Primera Internacional. El colectivismo legalista y estatal por un lado y el comunismo anárquico y revolucionario del otro, eran las dos escuelas en que se dividía principalmente el socialismo hasta el estallido de la Revolución Rusa en 1917. Cuantas polémicas, desde 1880 hasta 1916, no hemos sostenido con los socialistas marxistas, los actuales neo-comunistas, en apoyo del ideal comunista contra su colectivismo de cuartel alemán.

Ahora bien, su ideal de reorganización futura ha permanecido igual, y más bien ha acentuado su carácter autoritario. Entre el colectivismo que era entonces objeto de nuestras críticas y el comunismo dictatorial actual, la diferencia está sólo en los métodos y en alguna motivación teórica, no sobre el fin inmediato a alcanzar. Este se vuelve a enlazar, es verdad, con el comunismo de Estado de los socialistas alemanes de antes de 1880 -el Wolkstaat, estado popular-, del cual Bakunin hizo una crítica tan corrosiva; y también al socialismo de gobierno de Luis Blanc, refutado tan brillantemente por Proudhon. Pero se reenlaza sólo desde el punto de vista secundario político, del método revolucionario estatal, no desde el punto de vista económico suyo propio -organización de la producción y distribución de los productos-, sobre el cual Marx y Blanc tenían miras bastante más amplias y geniales que éstos sus tardísimos herederos.

El disentimiento, por el contrario, no está entre anarquía y comunismo más o menos “científico”, sino entre comunismo autoritario o estatal, empujado hasta el despotismo dictatorial, y el comunismo anárquico o antiestatal con su concepción libertaria de la revolución.

Que si de una contradicción en términos se debiera hablar, ésta habría que buscarla no entre el comunismo y la anarquía, que se integran al punto que el uno no es posible sin la otra, sino más bien entre comunismo y estado. En tanto hay estado o gobierno, no hay comunismo posible. Por lo menos su conciliación es tan difícil y tan subordinada al sacrificio de toda libertad y dignidad humana, como para suponerla imposible hoy que el espíritu de revuelta, de autonomía y de libre iniciativa está tan difundido entre las masas, hambrientas no sólo de pan, sino también de libertad.
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Como mencionamos más arriba, hemos tomado varios pasajes del texto de Fabbri, principalmente del capítulo IV de Anarquismo y Comunismo “Científico”. Tales extractos los hemos obtenido de la edición que hicieron del documento íntegro, es decir, incluyendo el texto de N. Bujarin y la réplica de L. Fabbri, los/as compañeros/as de Ediciones Novena Ola (Concepción), el año 2013.

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